El Jardín del Edén





Este relato comenzó siendo un proyecto de clase, el cual escribí rápido y corriendo, sin prestarle la debida atención. Tras una corrección creo que está en condiciones para ser mostrado al público con orgullo. El objetivo era reimaginar una historia o cuento típico, al estilo caperucita roja, poniendo como ejemplo la teoría Queer. Un profesor muy moderno, sin duda. Desvirtuar, reinventar y desbaratar un cuento totalmente, hasta que lo único que quede del original sean pequeños retazos de la historia.




La comedía no es lo mío, nunca lo será. Espero que os guste y que entendáis que el objetivo de este relato es ser extravagante, hilarante y raro.



Los principios del hombre


—¿Crees que permitiré que obres dicha crueldad ante mis ojos y sin contestación alguna? ¡Demencia! La creación es mía, por ello exijo que me sea devuelta, pues no es finalidad suya ser tu concubina.

—¡Cobardía, debilidad por dicha creencia compasiva! ¿Acaso no son seres imberbes, sin origen ni destino? Nacieron para arrodillarse y ese será su cometido, ¡no oses venir ante mi trono a persuadirme con tus burdas manipulaciones y fruslerías! No soy oídos para tu verbo.

—Que sepas, hermano mío, que no soy un zorro, solo bailo la danza cósmica tirobhava.

—¡Ocúltate, vístete de seda, disfraza tus escamas! ¡Adelante, hazlo! Es tu única herramienta.


El Jardín de Ea


Llegó Yahveh a los ternos jardines, verdoso mar esmeralda allá donde dirigieses tu mirada. Árboles de jugosos frutos rebosaban, flores silvestres de colores divinos decoraban la hierba, cuyo aroma era delicia. Animales correteando, con paz en sus almas y sus estómagos todavía cerrados, pues se amaban unos a otros sin haber sangre en sus pezuñas. El séptimo día fue aquel, con Adán todavía yaciendo sobre la tierra, naciendo libre, ahora dicha libertad sería coartada. El señor se acercó a él y le dijo:

—Adán, mi querida creación primera, ¡reinas tú sobre todas las cosas! ¡A nadie darás explicaciones, toda esta tierra es tuya, cada ser te pertenece!

—¡Qué amable señor, mi cándida señoría! ¡Qué hermosa tierra me regala, con el don de su paciencia creada! ¡Qué agradecido le estoy, qué…! —fue Adán interrumpido por Él.

—Pero, mi querido Adán, tu dueño soy yo, y por ello, siendo yo poseedor de todo lo que posees, incluso tu alma, has siempre de honrarme y responder ante mí. Ararás mi campo, cuidarás mi ganado, amarás esta tierra.

—¿Arar, mi señor? Pero… ¿No era este un regalo de su divina providencia? ¡Esto me suena a explotación!

—¡No, no, no! —Se puso Yahveh furioso— ¡Cómo osas inepto ser terrenal! Te doy un lugar donde vivir, alimento para cada momento del día, a rebosar sin que se gaste nunca, ¡experiencia laboral de lo más aprovechable! ¡Qué explotación ni que vainas!

—¡Perdóneme, mi señor, no se enfade! Será un orgullo complacerle, araré lo que haga falta.

—¡Así me gusta, sin rechistar! Las reglas son simples: puedes hacer lo que quieras sin que tu mente básica olvide que eres mi esclavo. ¿Entendido Adán?

—¿Pero está eso permitido, señor? ¡Esclavitud, señor mío!

—¡Yo te creé, yo te poseo! ¡Mi tierra, mis normas! —Yahveh lanzó truenos al suelo. Un Adán asustado imploró de nuevo su perdón— Solo te aviso de una prohibición que quiero que cumplas a rajatabla: No comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, ni del árbol de la inmortalidad. ¿Serás capaz de cumplir mis órdenes?

—Sin duda, mi gran señor. Mi más sincera gratitud por su oportunidad. ¡Alabado seas!

—Más te vale ¡Ahora a trabajar inútil! El campo no se ara solo, las bestias no se cuidan solas. ¡Vamos!

En la tierra los dioses habían preparado todo para su eterna estancia, árboles con frutos dulces, animales de los que alimentarse, manantiales con agua, muchas actividades y comodidades de las que Adán podía hacer uso sin pedir permiso a nadie. Todos eran sus esclavos, por una simple y llana razón: el esclavo más eficiente es aquel al que se le otorga el título de verdugo sobre algo. Adán aró el campo arduamente toda la mañana; bajó a las minas y sacó el oro que Yahveh le había pedido, sin saber el porqué de dicha necesidad; ayudó al pasto y cuidó de cada animal, conociéndolo íntimamente como amigos. Frente a él, empero, se le apareció un ser de albino pelaje, blanco y con una sincera sonrisa. Cuando llegó el ocaso Adán estaba tan cansando que apenas podía disfrutar del paraíso, pero su necesidad de afecto ya estaba suplida. Su nuevo amigo se tumbó en su pecho y Adán acabó enamorándose de la criatura.

—¿Cómo te denominan bello ser blanco? –Adán no obtuvo respuesta— Te haces la difícil ¿eh?

Adán pasó su brazo por el hombro de dicho ser y sonrió con vergüenza, cual amante reciente. Su mullido pelaje le sirvió de almohada esa noche. Pero al día siguiente, al despertarse Yahveh de su lecho con un perezoso bostezo, al ver lo que le mostraba la pantalla entre las nubes le dejó patidifuso. Se puso, pues, rápidamente una bata azul, de estar por casa, bajando las escaleras del cielo hasta su maqueta de la tierra. Vociferó a Adán:

—¡¿Adán?! ¿Dónde estás Adán? ¡Remolón, maldito perezoso, inútil! ¡Despierta! —rojo de rabia estaba el señor.

—¡Buenos días señor! Tengo una gran noticia.

—Anda, ¿sí? ¡No me digas! —Dios se cruzó de brazos, esperando una explicación ante aquella conducta.

—¡Me he enamorado señor!

—¡Que se ha enamorado dice! –Yahveh se escandalizó, mirando a la oveja a su lado, observando como era abrazada por su creación predilecta.

—La llamo perla del desierto –Adán mostró a su nueva consorte, con un valido que asustó al señor, pero no disipó su enojo.

—¡Serás imbécil! –Yahveh se llevó la mano a la frente con desesperación— ¡¿Esta es tu consorte, una oveja?! ¡¿Qué te he enseñado yo?! ¡¿Acaso no has aprendido nada?!

—¿Aprender? Pues… señor, no, yo de usted no aprendí nada. Será usted que me creó mal —dijo Adán con una satisfecha sonrisa, enojando más a Yahveh.

—¡Maldito insolente! —Yahveh agarró el periódico que guardaba en el interior de su batín, el Celestial Today, y le golpeó con él en la cabeza al pequeño Adán—. Maldito Satanás, me crea un ser y me lo crea retrasado. ¡Me va a oír!

—¿Qué dice señor, Sata… qué?

—Nada, olvídalo. ¡Y deja ya tranquila a la oveja!

—Se llama perla, señor, del desierto.

—¡Cállate desgraciado! —Yahveh agarró a la oveja, fuera de control, alejándola de su amado. Por suerte en el paraíso no existía el dolor y la oveja, tras caer estrepitosamente al suelo, salió ilesa.

—Pero ayer intentando intimar me arrancó un dedo, ¡oh gran señor! ¿Son así todas las hembras? –Yahveh permanecía estupefacto ante su estupidez.

—¡Protegeré a estas pobre ovejas de ti, pervertido! Añade esta norma a tu lista: nada de relaciones con animales. ¡¿Te ha quedado claro?! ¡Maldito seas! Te crearé una mujer para que te acompañe, ¿contento? ¡Ahora al trabajo! ¡Y nada de consortes salvajes!

—¡Pero las salvajes son las mejores, señor!

—¡Nada de zoofilia, palurdo! ¡Que te expulso del paraíso de una patada en la retaguardia!

—¡No señor, no! Ya me marcho al trabajo, ¡al campo se ha dicho!

Adán marchó a las minas para seguir sacando el preciado oro de su Dios y mientras este fue al cielo para llamar a una de las mujeres que allí había. Una diosa menor que estaba bajo su subyugación. En un rincón del cielo encontró a quien buscaba, sentada entre nubes y con una hermosa túnica blanca que la cubría. Rubios cabellos, ojos grandes y hermosos, voluptuosas curvas.

—Inanna, necesito tu servicio.

—¡Abuelo!

—¡No me llames así! Me haces sentir viejo.

—¿Qué quieres abuelito?

—Vas a ser la consorte de Adán.

—¿De ese humano simplón? ¿Por qué abuelo? –Inanna arrugó el rostro.

—No me contradigas, más te vale ser simpática con él y satisfacerle.

—¿Por qué yo?

—Porque eres la más indicada para los asuntos conyugales, no le faltará de nada.

—¿Me estas llamando fresca?

—Inanna, no te he pedido tu opinión. Desnúdate y baja.

—¿Perdona?

—Él no conoce la desnudez, si bajas con ropa me arruinarás el juego. Recuerda, tú eres una simple humana, nada sabes acerca del conocimiento.

—Sí, abuelo ¿Puedo cambiarme el nombre?

—Como guste a la señorita.

—¡Vale! Entonces llámame Lilith.

—Perfecto apodo para ti.

—¿Insinúas algo?

—¡Para nada! —tosió el señor, desviando la atención y queriendo cambiar de tema— Venga, apresúrate, que Adán estará a punto de acabar.

Yahveh marchó con Inanna a la tierra y aterrizaron justo encima del jardín, Adán ya estaba acabando de arar el campo e Inanna se acercó a él, haciendo su papel de Lilith para el humano Adán. Desnuda ante sus ojos, el hombre tropezó con la hierba y cayó sobre ella. Lilith no estaba sorprendida.

—Pero si es un tirillas… ¿qué clase de ser ha creado Satanás?

—¡Querida! —Se escuchaba a Adán hablar entre el mar de hierba. Apareció frente a ella ensuciado y con semblante nervioso.

—Hola Adán, soy Lilith, tu nueva mujer –Adán observó su suntuosa figura y perdió la noción del tiempo, era realmente bella, casi una diosa.

—¿Hola? –Chasqueó los dedos—. Estoy aquí arriba, don Juan.

—¿Qué?

—¡Que cruz! ¡Tal y como me advirtió el señor! —resopló Lilith— Eh, tú. Aquí, ¡aquí arriba! Deja de mirarme los senos.

—Perdón, yo no sabía que era ofensivo.

—Hombre, sería todo un detalle que me miraras a los ojos. Al menos procura hacerlo de vez en cuando.

—Lo tendré en cuenta.

—Perfecto —volteó ella los ojos, ya cansada de su presencia—, ¿cuál es nuestro hogar?

—¿Hogar? ¿Qué es eso?

—Una casa.

—¿Casa? No tengo de eso.

—¿No tenemos casa? Pues ya tardas en construir una. ¡Y con todos los detalles! Quiero cocina de estilo abierto… y una sala de estar con comedor, ¡sí, todo junto! Dos pisos, ¿o será muy cansado? —Lilith andaba hacia alguna dirección desconocida— ¡Uh! Estas flores para nuestra casa, en un jarrón, ¿sabrás hacer jarrones no? Bueno, ya aprenderás.

Estuvieron toda aquella noche sin dormir, les amaneció mientras hablaban, bueno, hablaba Lilith sobre sus proyectos mientras Adán construía la casa y recogía materiales. Pero aquello no era problema, pues Adán tenía regalo suficiente con observar su figura. Cuando hubieron terminado de hacer la base y las paredes estuvieron construidas, la decoraron a su gusto.

—Mueve ese sofá más a la izquierda –dijo mientras tomaba otro sorbo de su zumo—, ¿no crees que quedaría bien una cómoda justo en esa pared?

—¿Qué? No, no lo sé, no tengo ni idea –Adán desesperaba.

—En serio, que poco me ayudas.

—¡¿Te parece poco mover todos los mueves de un lado para otro?! Llevamos toda la mañana así.

—Vale, tomémonos un descanso.

—¿Tomémonos? Habrase visto.

—Venga, Adán, que ha sido divertido –sonrió acariciándole la mejilla.

—Sí, ahora sí que va a ser divertido. –Sonrió tiernamente— Ven aquí, mi bella diosa –Adán comenzó a besarla con pasión y Lilith abrió los ojos como platos, no parecía agradarle demasiado la experiencia del contacto físico.

—Espera, Adán, ¿qué pretendes? –Lilith le apartó.

—Yacer tal y como Dios desea, hacerte mía y consumar nuestro amor.

—¿Amor? ¿Hacerme tuya? Yo no soy nada tuyo, perdona. ¿Qué pasa que ni a una copa me invitas? ¿Solo una frase bonita y al lio? ¿De qué vas?

—¿Qué? Yo pensaba que… esta era la forma correcta.

—De eso nada, casanova. Has de enamorarme primero, no me voy con cualquiera.

—Creía que eras mi esposa.

—Eso no te da derecho a nada, no soy objeto tuyo, no soy propiedad de nadie.

—Tú eres mía, no hay nada más que hablar, has de servirme que para eso fuiste creada.

—¿Perdona? Le dijo la sartén al cazo. Serás desgraciado –Lilith se levantó y salió por la puerta.

—¿A dónde vas? ¡Vuelve aquí ahora mismo, es una orden! ¡Eres mía, mi mujer!

—Mira como me importa.

—¡Mi casa, mis normas! –gritó Adán para que la lejana Lilith le oyera, pero no fue así.

Adán la persiguió y la cogió del brazo con violencia, forzándola a cumplir los mandatos que rechazaba. La tumbó en la hierba pero Lilith era demasiado ágil y escurridiza, escapó de sus brazos y le dio un gran golpe en la entrepierna que le dejó paralizado durante unos segundos. Seguidamente le asestó otro golpe que le dejó agonizar en el suelo.

La joven y hermosa Inanna, bajo el nombre y disfraz de Lilith, no estaba contenta con aquel plan maquiavélico de su abuelo. Ella no era propiedad de nadie y menos de una criatura pseudointeligente como el ser humano. ¡Maldito viejo! pensaba Inanna para sus adentros.

Anduvo por el jardín totalmente perdida, sin saber dónde se encontraba, jamás había visto estos lugares. Árboles marchitos, ríos de sangre roja, flores muertas y una tierra árida. Se sentó en frente del río cobrizo y de sus aguas salió un ser brillante, que desprendía tal luz que le cegaba. Cuando sus ojos se acostumbraron a dicha iluminación, vio como la tierra renacía, las flores se gestaban rápidamente y volvían a despertar, los árboles putrefactos eran vivos y coloridos de nuevo, de una viveza que jamás había visto. Era como si aquella parte del bosque estuviese viva de verdad, como si aquel ser les dotara de la verdadera esencia de la tierra.

—Satanás –dijo Lilith.

—Inanna –sonrió él– mi dulce nieta.

—Gran ser de luz, ¿qué haces aquí?

—Vigilar tu estancia en este Jardín creado por mí, parece más un castigo que una recompensa.

—Abuelito, no aguanto más aquí, pero ¿qué puedo hacer? Yahveh me asignará una penitencia si me resigno.

—Quizá alguien puede convencerte de seguir mi camino.

—No sé si tengo las agallas suficientes para ello, mi querida serpiente sanadora.

—Por eso estoy yo aquí –dijo un ser que salió de entre las aguas.

—Asmodeo, ¿qué haces aquí?

—Vengo del inframundo, he vuelto para decirte que te vengas conmigo. Este no es tu sitio, y tampoco lo es bajo el mando de ese tirano –se acercó a Inanna y a sus labios, besándola con dulzura.

Inanna se recostó sobre la mullida hierba y dejó que Asmodeo volviera a poseerla como había hecho ya hace década. Asmodeo, ahora con aspecto demoníaco más que divino, besó cada una de las partes de su cuerpo, rememorando aquellos momentos en los que estaban juntos en el cielo, hasta que él fue desterrado al infierno. Asmodeo cogió el cetro que Yahveh le había arrancado tiempo atrás, lo agarró con fuerza y volvió a sentir el poder de estar con su amada, posando dicho báculo en la media luna de Inanna y siendo uno.

Satanás miraba con ojos tranquilos, con una sonrisa enigmática, sin la necesidad de observar, tan solo como parte del ritual del matrimonio sagrado. De entre la maleza del bosque fueron apareciendo otros seres ahora demoníacos, todos vigilantes de la ceremonia que les uniría para siempre.

—Lilith, por fin has vuelto. Estaba preocupado –dijo Adán al verla traspasar la puerta.

—¿Y por qué no has salido a buscarme?

—Lo hice pero no te encontraba así que volví a casa, esperando que volvieras. Quiero pedirte disculpas, yo solo quería divertirme, no sabía que había un protocolo.

—Bueno, no pasa nada. Ahora estoy más tranquila.

—Quiero yacer contigo solo si tú lo deseas.

—¡Es un comienzo! Pero llegas algo tarde.

—¿A qué te refieres?

—Me voy para no regresar, Adán. Me he enamorado de un demonio.

—¡¿Qué?! ¿Cómo has podido engañarme?

—¿Engañarte? Tú y yo no somos nada, ¡despierta!

—Por favor, Lilith, no me abandones –Adán la cogió de la mano.

—No me toques, ¡me repugnas! Me voy y no te atrevas a detenerme porque te las volverás a ver conmigo, ¿está claro? –Adán la soltó de inmediato.

—Vale, vale…

Inanna desapareció nuevamente. El hombre, abandonado y solo, no entendía nada. ¿Demonios? ¡Seres malignos que habían robado a su señora! ¡Su mujer, su esposa! Seducida por sus lenguas bífidas y perfidias. ¡Malditos sean! Adán, confuso, enrabietado, sin saber qué hacer, llamó a su Dios.

—Oh, gran Yahveh, por favor, necesito tu presencia –Yahveh apareció tras una nube al escuchar su llamada.

—¿Qué ocurre ahora? ¿La oveja se ha puesto celosa?

—Lilith se ha marchado, se ha negado a cumplir sus deberes conyugales cuando yacíamos. Dice que yo no mando sobre ella.

—¡Por favor Adán! ¡¿Qué no eres capaz de poner firme a una mujer?! ¿Y tú eres el macho alfa de este Jardín? ¡La virgen! –Yahveh estaba al borde del llanto— ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Satanás me las pagará.

—Señor, ella me da miedo, es fuerte y me pega si no le hago caso. Se ha ido con los demonios a yacer como una meretriz. Por favor, llévesela al infierno.

—¡Por encima de tu cadáver!

—¿Del mío? Pero señor…

—¡No dejaré que Satanás se lleve a Lilith! Nueva norma: nada de ser un calzonazos. ¿Está claro?

—Sí, señor.

—¡Con más fuerza pedazo de imbécil! ¡A este paso vas a empezar a menstruar!

—¡Sí, mi señor! Pero... ¿qué hago?

—Me matarás de un disgusto... –Yahveh se llevó las manos a la cabeza–. Está bien, habrá otra mujer para ti. ¿Podrás controlarla esta vez?

—¡Por supuesto! Muchas gracias señor, toda mi devoción a usted, señor. ¡Alabado seas!

—¡Sí, sí! Alabado sea, viva yo... ¡Ay, pobre de mí!

Los amantes infernales desaparecieron del Edén, la tierra volvió a su estado normal, la sangre desapareció y la vegetación maravillosa se esfumó. Pero un ser infernal quedó en el jardín, una serpiente engañadora que serpenteaba hasta el árbol prohibido. Yahveh no podía permitir que Adán recordase el suceso que atentaba contra su superioridad. Podría él pues alzarse también, tla y como había hecho Inanna, no podía tambalearse su reino. Cuando despertó Adán tenía a su nueva esposa ante él.

—Hola Adán.

—Hola, ¿quién eres tú?

—Soy Naamá, para servirte.

—¿Servirme? ¡Al fin!

—¿Al fin? ¿Qué es el fin? Si me indica donde está iré encantada a servirle.

—¿Qué? –Adán se quedó estupefacto— No, no. Me sirves aquí, no hace falta que te vayas. ¿Qué tal si me preparas la comida?

—Por supuesto señor.

Esta mujer no era tan guapa, tenía un aspecto extraño a ojos de Adán, tenía algo extravagante y grotesco, como una pintura abstracta. Pero más vale eso que nada. Se sentó a esperar la comida mientras se entretenía con los animales del Jardín. Naamá se pasó un buen rato en la cocina, asando y preparando, poniendo la mesa y decorándola con utensilios. Todo solo para su nuevo rey Adán.

—Querido, la comida está lista. Siéntese por favor y disfrute de lo cocinado.

—¡Gran trabajo! –pero Adán habló demasiado pronto, en la mesa habían animales a medio cocinar, putrefactos y nauseabundos, insectos aun moviéndose ligeramente sobre la mesa, objetos incomestibles como piedras y flores del bosque que había arrancado sin tan siquiera limpiar la tierra.

—Perdone señor, no le he puesto bebida –Naamá cogió un utensilio afilado y se hizo un corte en la muñeca, para llenar con su sangre el vaso.

—¡Naamá! ¿Qué haces por el amor de Dios?

—¿Qué ocurre? Es una cena propia de los dioses. –Dijo ella sonriendo— Coma un poco –Naamá masticó algunos insectos y dio un mordisco a la carne nociva, para luego dársela con la lengua amablemente, de manera servicial. Adán la apartó de un empujón.

—¡Estate quieta que asco das!

—¿Por qué? ¿No te gusta? —Adán salió del hogar y llamó a su Dios desesperado.

—¡Yahveh! ¡Oh, gran Yahveh! Por favor acuda a mi llamada es más urgente que nunca.

—¿Qué pasa ahora Adán? ¿Te ha atado a la cama y te está sodomizando? –Dijo Yahveh ya cansado– Sería ya la segunda.

—¡No! Esta mujer no me gusta, es una friki.

—Maldita sea, Adán. ¡No te gusta ninguna! A este paso morirás virgen y yo habré hecho esto para nada.

—Señor es que esta mujer es muy rara, creo que es más tonta que yo.

—¡Ya es decir! A ver, tráela.

Naamá apareció frente al señor y de su boca salían insectos, chorreaba sangre y fluidos. Yahveh a punto estuvo de vomitar. El señor fue a retocar algunos ajustes en la mujer, pero al hacerlo ella pareció volverse más pesada e inflada. Adán miró a su esposa sorprendido, para verla explotar frente a sus ojos. Sus vísceras quedaron pegadas en el hombre, en el señor y en todas las cosas.

—Vale, traeré a Satanás, ¡qué remedio! Maldito Adán.

¡Fácil parecía pero sin duda debía reconocer que Satanás era un gran sabio! Él lo había intentado y casi provoca un desastre en la simple mente de Adán. Su intento de creación le había salido catastrófico, sin duda no servía para esto. Yahveh marchó al cielo nuevamente y convocó a Satán en la sala de reuniones, era importante que una mujer fuera creada o de nada serviría todo este barullo. Satanás apareció con una gran sonrisa, triunfante, pues Yahveh había acabado volviendo con el rabo entre las piernas.

—Hola, hermano –dijo Satanás sonriendo.

—Ni lo menciones, ya lo sé. Tenías razón.

—Te lo dije.

—¡Te he dicho que ni lo menciones!

—Que orgulloso eres. ¿Ves como no estaba preparado? Aún faltaba mucho trabajo en ello, pero tú eres un ansioso.

—Lo sé, lo admito. Necesito tu maestría para crear una mujer.

—¿Me estás pidiendo que trabaje para ti? ¿Osas pedirme algo así? Deliras.

—Venga, hermano, no seas así.

—¿Para qué, para que los tengas a tu merced? O me los devuelves o te hundes. Tú decides.

—A papá no le gustará esto.

—¿Ya vas a ir a chivarte? Eres tan infantil.

—Veremos pues que dice él.

—Como desees –Lucifer suspiró ante el comportamiento inmaduro de su hermano.

—Por favor, guardias, haced que Anu venga inmediatamente.

—Sí, mi señor –el guardia salió por la puerta a paso ligero. Anu apareció a los pocos minutos en la sala, con cara de pocos amigos.

—¿Qué narices os pasa ahora? –se sentó en el trono de Yahveh.

—Papá, ese es mi sitio.

—¡Lo heredaste de mí! Antes era mío así que deja de lloriquear como un infante. ¿Qué queréis maldita sea?

—Padre –dijo Satán—, Yahveh quiere que trabaje para él, después de robarme mi creación. ¡La está usando sin piedad alguna! No pienso someterme. —¡Papá! Si ahora él abandona de nada habrá servido todo el trabajo. Dile algo –Yahveh habló como un niño mimado, Satán estaba enfurruñado como un infante. Anu suspiró.

—Satanás, por favor, ayuda a tu hermano.

—Pero… ¡Padre!

—Te fastidias, ¡al tajo!

—Yahveh, dale su parte o entonces te destronaré ¿te ha quedado lo suficientemente claro?

—¡Pero! –Yahveh no tenía otra que aceptar— está bien. Te doy la mitad, te concedo los dos árboles que hay en el Jardín para que puedas manipularlos cuando desees.

—Es insultante esa oferta, sinceramente. Tú no has obrado absolutamente nada, solo te agencias lo que no es tuyo, como siempre. Primero el trono de padre y ahora al ser humano, ¿qué clase de ser superior e intocable te has creído que eres?

—Satanás, por favor, no te sulfures –dijo Anu.

—Pero Padre, a él nada le importa salvo su persona ¿vas a dejar a seres tan frágiles como los humanos en sus manos? Me niego rotundamente a que le sea negada la verdad.

—Ya hablamos sobre ello –Anu permanecía impasible.

—¡Me niego a participar si no estoy al cargo de esto! No es justo que él se lo lleve todo mientras yo tengo que permanecer bajo su subyugación eterna solo porque erré una sola vez. ¿Cuántas veces hemos estado al borde de la extinción por su culpa? ¡Hay tantos ejemplos que tardaríamos siglos en enumerarlas! Es un descuidado y un atolondrado. Si crees que vas a esclavizarlos como has hecho con nosotros, estás muy equivocado. No pienso rendirme tan fácilmente.

—¡Qué admirable! ¿Ahora te las das de héroe de blanca armadura? Si desde el principio tú deseabas este destino para ellos.

—He cambiado de opinión.

—Cual loba con sus cachorros, ¿verdad? –sonrió Yahveh.

—No permitiré que me insultes de esa manera –Satán alzó la mano para obrar su magia y Anu les paró de un grito.

—¡Ya basta! Poneos de acuerdo de una vez –Anu acarició las mejillas de su hijo Satán y le sonrió con ternura. Él sabía que su hijo era un soñador, sus ideas eran admirables pero imposibles de realizar a estas alturas— Me marcho.

—Está bien, dejaré que crees a la mujer como te guste, como más desees, podrás actuar en la vida de los humanos siempre que quieras y ser tan poderoso como lo soy yo. Solo te pido que me tengas en cuenta y me permitas permanecer en mi puesto.

—Solo si me permites contarle la verdad aceptaré.

—¿Qué verdad, la tuya? –rió.

—Contarles que yo soy su creador y no tú.

—Más te vale no abrir la boca más de lo debido, te aviso hermanito —Yahveh le agarró del cuello con violencia y salió de la sala enfurecido. Satanás, en cambio, tenía rostro de victoria.

Sin rechistar tuvo que comenzar a sacar toda su luz ¡qué remedio! Satanás bajó al Jardín y comenzó, hipnotizó a Adán y se propuso a crear una copia suya pero del polo opuesto. Pero tuvo una genial idea: hacer a esta hembra más sabia que su antecesor. De una costilla de Adán creó a este nuevo ser femenino, el polo negativo de la dualidad. Lucifer hizo fluir el agua dentro de ella y abrió los ojos. La llamaron Eva, mujer de la costilla, la cual no era igual en condiciones y habilidades al hombre, pues ella era superior en todos los sentidos. No tenía nada que envidiar a su predecesor.

Yahveh estaba por fin contento, pero como le había prometido a Satán, podía obrar cuanto quisiera sin su consentimiento, así que descansó durante todo el día, ya que no había visto a su hermano aparecer en la tierra. Satanás, aprovechando su sueño, se transformó en una serpiente y se posó en el árbol del conocimiento. Como había hecho al sabotear su plan con Inanna.

Cuando Eva vio a Adán, ambos yacieron por fin, lo que Adán tanto esperaba. Adán pensó que al fin su dios había acertado con una mujer lo suficiente lista y tonta como para estar junto a él. Tras su unión infranqueable se levantaron contentos tras el espectáculo y se percataron de la presencia de la serpiente.

—Adán, ¿qué es ese ser de ahí?

—Parece una serpiente, ¿será peligrosa?

—No lo siento como tal, vamos a acercarnos.

—¿Segura?

—Vamos, no seas cobarde –sonrió ella. Se acercaron a la serpiente, la cual sonrió maliciosamente.

—Hola, humanos.

—Serpiente, ¿qué haces aquí? No te habíamos visto nunca.

—Estoy para hablaros de este árbol, ¿sabéis cuál es?

—Sí, el árbol del conocimiento del bien y del mal –dijo Adán—, Dios no nos permite comer su fruto.

—¿Sabéis por qué acaso?

—No nos interesa –respondió Adán firme—, si lo hacemos nos castigará.

—Yo si soy curiosa, ¿por qué dicha prohibición? No consigo entenderla, si es conocimiento, no puede ser malo ¿no?

—Exacto Eva –dijo la serpiente–, Dios no quiere que sepáis tanto como él, os quiere ignorantes para poder manipularos con más facilidad. Este árbol no os matará si coméis de él.

—No, serpiente, no podemos.

—Espera Adán, quizá si debemos.

—Si coméis de este árbol y luego del árbol de la inmortalidad seréis como Dios. Se abrirán vuestros ojos.

—¿Cómo sabemos que no mientes? –preguntó Eva.

—Porque yo soy vuestro Dios, Satanás. Y él un usurpador. Adán, ¿por qué no le cuentas tus aventuras con Naamá? -dijo la serpiente. Adán quedó sorprendido.

—¡Tú eres uno de esos demonios! ¡Atrás! –gritó Adán. Eva no entendía.

—Lilith no era sino una Diosa traída aquí por Yahveh para engañarte. Tu primera esposa. Naamá, la segunda, fue su chapucera creación, la cual ya recuerdas lo mal hecha que estaba. Eva, sin embargo, es mi creación, lleva mi propia esencia. Por ello, Eva, coge esta manzana, abre los ojos, y caminad por el mundo con vuestra vista abierta. ¡Lidera a la raza humana, Eva!

—Eva no deberíamos, el señor se enfadará.

Eva mordió la manzana y todo un cúmulo de sabiduría pasó por su mente en un segundo, se tambaleó y cayó al suelo por el efecto de dicha visión. Adán, que no quería quedarse atrás, agarró la manzana, clavó sus dientes en ella y sufrió el mismo proceso. Ambos ahora habían visto la luz, conocían todo lo que existía, tenían la capacidad de elegir entre el bien y el mal, entre blanco y negro. Ahora sabían que no tenían por qué escuchar a Dios. Eva agradeció a la serpiente, prometiendo serle siempre fiel en vida y también en muerte.

Edificaron estatuas para la serpiente, creáronse ropa, armas, artefactos y todo tipo de comodidades. ¡Qué alegría sentían! Ahora sabían que atrasados habían estado, por culpa de aquel ser que se hacía llamar Dios frente a los más ignorantes. Pero su felicidad no duró mucho. Yahveh despertó al día siguiente tras su sueño reparador, con las pilas recargadas, no veía a Adán y Eva en el jardín:

—Adán, Eva, ¿Dónde estáis? –Adán salió de su casa con ropas—. ¿Qué haces vestido, quién te dijo que estabas desnudo?

—Me lo dijo la manzana.

—¿Eres tonto o qué te pasa? Habla claro.

—No, no soy tonto señor, quizá usted no me comprende. La manzana me hizo ver, aquella que nos dijo que no comiéramos. La serpiente nos la ofreció. Él, el verdadero dios que nos ampara. Usted no es más que un falsario. Si me disculpa, tengo asuntos a los que atender.

—¿Serpiente? –Yahveh estaba asustado por la rapidez mental de Adán— ¡Cómo osas desafiarme, desobedecerme! ¡Que mi ira caiga sobre ti y toda tu estirpe, Adán! Arrepiéntete ahora y recupera tu alma –el cielo se oscureció de inmediato y unos rayos aparecieron de los nubarrones oscuros, atemorizando a Adán el cobarde.

—Señor, no fue mi culpa –dijo arrodillándose— ¡Fue Eva! ¡Ella me obligó! ¡Fue idea suya señor!

—¡Eva! Preséntate ante mí, maldita.

Eva salió de su hogar algo temerosa también, sin poder hacerle frente ahora, a pesar de que sabía que no debía someterse a su orden. Pero se armó de valor, reconociendo el poder del ofidio. Con valentía, sin vacilar ni un segundo, le dijo a su señor, al que había dicho crearla, al que la había encerrado en el jardín, al que había tapado su mirada:

—Señor, la serpiente nos dijo que no moriríamos y no mentía. Ella tenía razón. Es usted quien debería temer.

Publicar un comentario

0 Comentarios